lunes, 12 de noviembre de 2018

LEYENDAS DE SEVILLA

El rey Don Pedro (1334-1369) mandó construir un palacio muy parecido al de la Alhambra y para ello contrató a albañiles mudéjares y mandóles que construyeran un edificio decorado con el mismo estilo que se trabajaba en Granada. Así además lograba impresionar a todos los embajadores que iban a visitarlo.


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LA VIEJA DEL CANDILEJO

Una de las más conocidas y comentadas es la Leyenda de El Candilejo. Se debe a un episodio que se cuenta como histórico y que ha llegado hasta nuestros días más o menos cierto con lo ocurrido en la realidad. Se refiere a una de las muchas andanzas que se le atribuyen al rey justiciero.

Dicen las crónicas que Don Pedro era aficionado a correrías nocturnas y, que, despojado de sus atributos reales y en ropa de cualquier ciudadano recorría de noche las calles de Sevilla en busca de lances amorosos. Una de esas noches, en su deambular, en una calle se topó con un embozado que, por la estrechez de la misma le interrumpía el paso. Se enfrentaron para que cual de los dos había de ceder el espacio y preferencia a otro y, empecinados en que cada uno de ellos tenía la primacía, se enzarzaron en discusión que, a medida que se iban calentando los ánimos, se hacían más insolentes las frases intercambiadas, pues al ir los dos embozados, pretendían conocer la identidad de su enfrentado. Fueron subiendo de tono las palabras intercambiadas entre ambos, pues cada uno se preciaba de ser el candidato a la primacía, así de esta manera, enardeciéndose los ánimos, se llegó a los insultos y de ahí a relucir las espadas, entablándose un duelo entre los dos caballeros. Iniciado el duelo y, como consecuencia del mismo el monarca hirió de muerte a su adversario. Después de lo cual, huyó y volvió a palacio. A la mañana siguiente, corrió la voz por la ciudad de que había asesinado a un caballero muy principal de Sevilla, rumor que llegó a la corte. El rey, para dar muestra de su justicia y, de esta manera, encubrir su persona, dio orden de investigar el crimen y, al mismo tiempo, ofrecer una recompensa a quien presentase la cabeza del asesino. Quiso la mala suerte de rey que, una anciana, desde una ventana de una casa adyacente al suceso y, alumbrada con un candil, reconociese al monarca pues este, a consecuencia de un accidente, al caminar le crujían las rótulas de la rodilla. Esta mujer, invadida de terror ante la postura de tener que denunciar al soberano, tuvo una idea. Encargó a un amigo alfarero, sin declarar sus intenciones, que le hiciese un busto con la efigie del rey. Conseguida esta, la envolvió en un paño y, a través de ciertos servidores de palacio, la hizo llegar al monarca con un escrito donde denunciaba al matador. El rey no se inmutó por eso y mandó colocar el busto en la esquina de una de las casas situada en el escenario de la reyerta. Hoy se puede ver, en una hornacina situada a cierta altura y que al lado está el rótulo de la vía. Cabeza del Rey Don Pedro. En ángulo con esta calle se encuentra otra con el nombre de Calle del Candilejo.

DOÑA MARÍA DE PADILLA

María de Padilla, nace en lugar no determinado en 1334, hija de Juan García de Padilla y de María González de Hinestrosa, pertenecía a esta familia noble castellana, originarios de Padilla de Abajo (Burgos), las crónicas de su época la describen como “muy fermosa, e de buen entendimiento e pequeña de cuerpo”.

Un encuentro fortuito entre ella y el rey Pedro I de Castilla hace que esta pareja se conozca y nunca más se separe a pesar de las dificultades y la peculiar historia de amor que vivieron.

El rey Pedro I “el Cruel” llegó a casarse dos veces mientras que María no era nada más, y nada menos, que la amante oficial del monarca castellano.

Las huellas del “reinado” y de la alta posición que ocupo Doña María de Padilla las vemos reflejadas no sólo en la literatura, sino también en la arquitectura de los Reales Alcázares de Sevilla, residencia oficial de dicha dama, dando nombre a unos afamados baños en el conjunto histórico sevillano.

Es en los Reales Alcázares donde tenía esta corte chica la amante oficial del rey, donde repartía, con el beneplácito del monarca, notables privilegios para sus familiares y conocidos, lo cual fue causa de descontento de algunos nobles y uno de los motivos por los que se luchó en la Guerra Civil Castellana, entre el rey y su hermano bastardo Enrique de Trastámara.

María le dio cuatro hijos al rey, en principio ilegítimos: Beatriz en 1353, Constanza en 1354, Isabel en 1355 y Alfonso en 1359, es más que probable que del último parto quedasen secuelas o que la peste a la postre hicieran perecer tanto a la madre como al heredero. María de Padilla fallece en julio de 1361 y su hijo Alfonso en 1362.

Tras su muerte el rey Pedro I la lloró tanto que un año después, en las cortes celebradas en Sevilla, declaró ante los nobles que María de Padilla había sido su primera y única esposa, y “haberse casado con D. María por palabras de presente, ocultando ese casamiento para evitar que algunos de su reino se alzasen contra él”, y que este matrimonio secreto se realizó ante el Abad de Santander, consiguiendo que el arzobispo de Toledo declarara nulos los otros dos matrimonios anteriores, por lo que las cortes ratificaron su afirmación declarándola reina y legitimando su descendencia.

Por ello su cuerpo se trasladó a la Capilla de los Reyes de la Catedral de Sevilla, dónde también se encuentra enterrado el rey, siendo declarado heredero el hijo de ambos, Alfonso. (Fuente:sevillamiatours.com)


LA TRAGEDIA DE DOÑA MARÍA CORONEL O LEYENDA DEL PEREJIL

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María Coronel nació hacia 1334 y era hija del alguacil mayor de Sevilla y consejero privado del rey Alfonso XI. Se casó con Juan de la Cerda, descendiente de Fernando III el Santo. Y aquí empiezan sus desgracias…

Unos años más tarde muere su padre decapitado por haberse sublevado contra el nuevo rey don Pedro I; su esposo, cuatro años después, corre la misma suerte.

Doña María Coronel vive triste y sola, administrando los pocos bienes que le quedan. Sin embargo, ajeno a la pena que ella pudiera sufrir, el rey don Pedro se encapricha y la persigue y acosa hasta llegar al hartazgo.

Sin saber ya cómo remediar tal persecución, doña María se refugia en el convento de Santa Clara. Un día los alguaciles del rey entran a buscarla al hogar de las clarisas con objeto de llevarla ante don Pedro al Alcázar, pero las monjitas y un hortelano la esconden en una zanja junto a la Torre de Don Fadrique y le echan tierra encima. Se dice que se obró el milagro y crecieron matas de perejil que disimularon el escondite de doña María.

Lejos de desistir de su objetivo, pasado este suceso, es el mismo rey en persona quien acude al convento. Esta vez no hay tiempo de avisar a doña María Coronel quien, acosada, comienza una carrera huyendo de don Pedro por las estancias de Santa Clara. Frente a frente en la cocina, ella se ve entre la espada y la pared y, con la única finalidad que dejar de gustarle, se arroja una sartén de aceite hirviendo sobre su rostro.

El rey al verla huyó despavorido y, tras arrepentirse, le dijo a la priora que todo lo que necesitara para cuidar de doña María Coronel correría de su cuenta. Doña María solamente pidió al rey que le devolviera los bienes de su marido, que le pertenecían legítimamente. Con lo recuperado creó el convento de Santa Inés.

Al morir fue enterrada en el coro de este nuevo convento y, al cabo de los años, encontraron su féretro. Actualmente su cuerpo permanece incorrupto y se aprecian aún las quemaduras provocadas por su desesperación. Su cuerpo se muestra en el convento de Santa Inés todos los días 2 de diciembre.



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